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Emmanuel Méndez Palma, científico comprometido con su país

Elena Poniatowska

M

oreno, alto, incierto, ensimismado,  reflexivo, el doctor Emmanuel Méndez Palma murió el 20 de febrero pasado en la ciudad de México a los 82 años.

Todos sus compañeros del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (Inaoe), en Tonantzintla, vinieron de Puebla: ¡Cuánto lo queríamos! ¡Cómo lo vamos a extrañar! ¡Sus colegas lo apreciamos mucho!

Todos los domingos de su vida, Méndez Palma regresaba –primero en su propio automóvil y luego en camión– a su semana de trabajo en el observatorio, ya que dedicó sus últimos años a ese alto grito en el cielo, el Gran Telescopio Milimétrico en la Sierra Negra de Puebla, a 4 mil 580 metros sobre el nivel del mar.

“Es un proyecto –dice su hijo Alberto– en el que mi padre invirtió su visión, gran parte de su vida, su compromiso con México. El telescopio ya registra datos, tiene resultados. Se alojan investigadores arriba del cerro. Viví mi adolescencia escuchando cómo se desarrollaba este proyecto, que fue muy lastimado por la política, y me gustó oír al doctor David Hugues afirmar que ahora lo político ya no está eclipsando lo científico.”

En la silla de ruedas a la que lo confinó su enfermedad, el astrónomo buscaba al Sol en cada ventana de su casa e iba siguiendo sus rayos hasta la hora del crepúsculo. Como buen químico (su primera carrera), y buen físico también, buscó el Sol para la ciencia mexicana al lanzarse en 1997 a la construcción del Gran Telescopio Milimétrico levantado en un volcán, el Sierra Negra, en el límite entre Puebla y Veracruz, gracias a un proyecto binacional entre el Inaoe y la Universidad de Massachussets, en Amherst, del que hoy es responsable David Hugues.

De la mano de Paris Pismish y Guillermo Haro

El único hombre y el menor entre tres hermanas, Ofelia, Alicia y Alma, su advenimiento causó sensación en la familia Méndez. Ofelia fue la primera en decirle: Puedes llegar adonde tú quieras.

Niño inteligente, su hermana mayor fomentó su gusto por la lectura; ni poesía ni novela (que no sirven para nada), pero sí filosofía, historia y divulgación científica.

El joven Emmanuel entró a la Facultad de Ciencias cuando ésta apenas surgía de la lava en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En 1956 conoció a la gran maestra Paris Pismish que, literalmente, andaba cazando estudiantes.

Sus experimentos de química en la azotea de su casa (algunos muy peligrosos) pasaron a la historia; cuando terminó la carrera, la doctora Paris Pismish le presentó al director de Astronomía, Guillermo Haro. Entonces, Méndez Palma preparaba una tesis con el físico Marcos Moshinsky.

“Paris Pismish me llevó a la oficina del doctor Haro; creo que estaba tan nervioso como la primera vez que vi a un presidente de la República, pero ese fue el comienzo de una gran amistad.

“El doctor Haro me dijo: ‘Tengo la oportunidad de enviarlo al Instituto de Tecnología de California (Caltech) y quiero ver si usted estaría dispuesto’. La verdad es que yo me lo imaginaba de otra manera, no tan rudo ni tan áspero.”

Méndez Palma inauguró una de las primeras computadoras de IBM, la máquina 650, que codificaba tanto datos como direcciones de memoria en sistema decimal. Llegó a manejarla como la palma de su mano o el Palma de su apellido, que para mí tiene mucho de evangélico.

Entre 1959 y 1964 estudió en el célebre Caltech junto con cinco compañeros de países de Asia, Europa y América Latina. De los seis sólo terminaron tres. Méndez Palma obtuvo los grados de maestro en ciencias y doctor en filosofía con especialidad en astrofísica: “Para mí el doctorado significó calibrarme dónde estaba, dónde no estaba y dónde quería estar. Todos tenemos incertidumbres, a veces nos creemos mucho y a veces poco.

En Caltech están las mentes más destacadas de Chile, Argentina, Francia, Inglaterra, China y Japón. La competencia es terrible, porque ahí uno pone a prueba su propia inteligencia e imaginación, pero sobre todo su nivel de autocrítica.

Su compañero en Caltech Carl Sagan (quien murió de cáncer en 1995 con apenas 62 años) afirmaba que tenía que haber vida en otro lado y fue un creyente en la vida extraterrestre. Al igual que Méndez Palma, su primera carrera no fue astronomía sino biología. Como dice muy bien Martín, su hijo, Méndez Palma también fue un filósofo interesado en posibles civilizaciones extraterrestres, ávido seguidor de los ejercicios de divulgación de la ciencia, hombre que se emocionaba y decía: ¡Fantástico!, adjetivo que oscilaba entre su seriedad y su timidez. Se empeñó en que los sucesivos gobiernos de México entendieran la importancia de crear una ciencia propia.

Pese a tener ofertas de trabajo en Estados Unidos, Méndez Palma no dudó en regresar a México al concluir su carrera en Caltech, como lo harían tantos otros de su generación, el doctor en óptica Alejandro Cornejo, pilar del Inaoe, en Tonantzintla, Puebla, y Arcadio Poveda, gran investigador y sucesor de Guillermo Haro en la dirección de Astronomía en la UNAM.

La academia fue una constante en la vida de Emmanuel Méndez Palma. Dedicó muchos años a la docencia. Profesor en la Escuela Nacional Preparatoria, investigador del mismo Caltech, profesor en la Facultad de Ciencias de la UNAM, investigador de tiempo completo y jefe del departamento de espectroscopía del Instituto de Astronomía la UNAM; también dirigió el Centro de Becas e Intercambio (1971-1974) y el departamento de Formación de Recursos Humanos (1975-1976) del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

En la Secretaría de Educación Pública fue director de Educación Superior e Investigación Científica, entre otros cargos relacionados con la ciencia y la tecnología, que ejerció con inmensa capacidad de entrega, tanto a escala nacional como estatal.

Imposible olvidar su aporte al mejoramiento de las condiciones de los jóvenes enviados al extranjero, ya que creó un sistema de becas aún vigente en el Conacyt. Sería bueno que el Consejo se pusiera las pilas y le organizara un merecido homenaje, ya que fue uno de los primeros en responsabilizarse de la formación de los jóvenes y la falta de laboratorios para la educación experimental.

En la UNAM, en años muy anteriores, sólo el maestro Sotero Prieto y el ingeniero Monges López se habían preocupado por la enseñanza avanzada en física y matemáticas.

Méndez Palma se incorporó al Inaoe como investigador titular. Había ido a Tonantzintla de la mano de Paris Pismish y de Guillermo Haro. Años más tarde, en Tonantzintla –en medio de críticas– Méndez Palma se responsabilizó de la creación del Gran Telescopio Milimétrico, proyecto del que fue gerente de construcción. Su participación, además de creatividad técnica, consistió en estimular a la industria mexicana para cooperar en este proyecto sensacional al lado de Estados Unidos: “Es el telescopio más grande del mundo y en algún lugar de la placa va estar la inscripción de ‘Hecho en México’. Y los que vean eso van a decir: ‘¡Ah, caray, los mexicanos también hacen cosas de gran calidad!’ Y esto es promoción para la industria que la requiere urgentemente”.

A pesar de su enfermedad subía a Sierra Negra y alegaba frente a su cardiólogo: Si usted me deja subir a terminar mi proyecto, después me cuido y cumplo con todos sus tratamientos.

Este era Emmanuel Méndez Palma, científico preocupado por su país y entregado a la ciencia, pero ante todo un hombre que amaba y creía en México.

Tengo una especial deuda de gratitud con Emmanuel Méndez Palma, porque acompañó hasta la hora de su muerte a ese director rudo y áspero, Guillermo Haro, a quien escuchó disertar hasta altas horas de la noche.

Me gustaba especialmente su mirada pausada mientras Haro repartía maldiciones. Su mujer, Susana Ríos Szalay, quiso reconocer a Haro en un libro para niños publicado por Educal, quizá para dedicarlo a los tres amorosos hijos –ahora grandes– que lo recuerdan con devoción: Juan Manuel (científico que radica en Canadá), Martín y Alberto.

Emmanuel Méndez Palma seguía al Sol desde la entrada de su casa hasta el umbral de la puerta de su recámara; movía su silla de ruedas conforme a un ritual. Se mantuvo al alcance del Sol durante su último fin de semana. Para él un día sin Sol era un día malo –explica Alberto, su hijo menor.

Seguramente ahora el Sol –que todo toma en cuenta– es el que sigue a Emmanuel Méndez Palma.

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