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El bisonte y el muro

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El bisonte es el mamífero terrestre de mayor tamaño del continente y uno de los sobrevivientes de la megafauna que existió en Norteamérica durante las glaciaciones. El primer reporte escrito que se tiene de esta especie proviene del explorador español Alvar Nuño Cabeza de Vaca, quien naufragó en la Florida en 1528 y pasó los siguientes ocho años viajando en lo que hoy es el suroeste de los Estados Unidos, donde vio las manadas de bisontes. Se estima que en esa época habitaban alrededor de 30 millones de bisontes, la mayor parte en las grandes praderas; los pastizales del oeste americano que se extendían como un océano de forma continua desde Canadá hasta el norte de México.

Durante milenios, los grupos humanos habitantes originales de las praderas desarrollaron una profunda relación y dependencia del bisonte; sus movimientos seguían las migraciones de esta especie, se alimentaban de su carne, y sus pieles los vestían y daban cobijo en forma de tepees. Desafortunadamente para el bisonte, la llegada de los europeos estuvo asociada a la del ganado vacuno y con éste, enfermedades que afectaron a los bisontes. Fue una de las causas de que empezaran a desaparecer. Su número continuó reduciéndose por la expansión de pueblos y tierras agrícolas sobre el hábitat del bisonte. Y finalmente, la cacería de millones de ejemplares para tomar sus pieles (el resto se dejaba pudriéndose en el suelo) causó que para principios del siglo xx quedaran menos de mil bisontes de las praderas.

Gracias a esfuerzos de recuperación por parte de individuos, sociedades conservacionistas, el gobierno de Estados Unidos y ganaderos que atraparon a los últimos bisontes silvestres y los reprodujeron en cautiverio, la especie se salvó de la extinción. Hoy existen más de medio millón de bisontes. La mayor parte se encuentra en ranchos privados donde son criados para carne y están lejos de cumplir un papel ecológico.

Existen solamente 19 manadas de bisontes libres en Norteamérica y menos de la mitad corresponde a la subespecie de las praderas. De éstas, una manada se mueve entre el municipio de Janos, Chihuahua, y el condado de Hidalgo, Nuevo México. La evidencia que hemos encontrado hasta ahora indica que estos animales llegaron a Janos hace casi un siglo, producto de una donación del estado de Arizona al gobierno de Chihuahua. Es decir, llevan casi cien años utilizando esta región en la que sus antepasados vivieron durante siglos, hasta que desaparecieron a mediados de 1800.

Estos bisontes, cuyo número fluctúa alrededor de los 100 ejemplares, cumplen su papel ecológico en su ecosistema original y son sujetos a la selección natural, lo que le da a esta manada, única en México, una relevancia biológica irremplazable.

Caminar en la región fronteriza de Janos es como regresar siglos hacia el pasado. Al alejarse de la carretera y adentrarse en los lomeríos que dividen los dos países, el presente desaparece. El único ruido es el del viento que agita los pastos como olas, y el pastizal se extiende tan lejos como alcanza la vista.

Yucas y juníperos aislados salpican el paisaje por el que se mueven zorras del desierto, pecaríes y puercoespines. A la distancia se ve un punto blanco, uno de los numerosos monumentos que demarcan la frontera entre los dos países. Y al acercarnos llegamos a la división entre México y Estados Unidos, que aquí es un cerco de púas de seis hilos. Al caminar junto al cerco vemos a un venado bura brincarlo, más adelante encontramos excrementos de borrego cimarrón, especie reintroducida en las montañas vecinas Big Hatchet, Nuevo México, y desde las que cruzan ocasionalmente a Janos, de donde desaparecieron hace décadas por la cacería.

Un poco más adelante hay un hueco en el cerco, los alambres de púas están en el suelo y enredados en las púas hay pelos de bisonte, señal inequívoca de que fueron ellos los que tiraron el cerco.

Ésta es una de las razones por las cuales los rancheros de este lugar no quieren mucho a los bisontes, pues deben reparar el cerco para evitar que su ganado se cruce al otro lado. Los bisontes encuentran más pastos en los ranchos de Estados Unidos, pero el agua está más cerca de la frontera en México, por lo que cruzan constantemente para beber.

Los huecos que abren los bisontes en el cerco permiten a los berrendos, el mamífero más rápido del continente y quizá el mamífero terrestre más amenazado de nuestro país, cruzar a México, ya que no pueden brincar el cerco como los cimarrones.

El trabajo que hemos realizado en la frontera de Janos a lo largo de muchos años ha mostrado la importancia biológica de esta región. Mantiene a la mayor parte de las especies que habitaban aquí a la llegada de los españoles. Solo faltan los ciervos canadienses, los osos grises y los lobos, aunque existen un par de reportes de que lobos reintroducidos a Nuevo México y Chihuahua han pasado por aquí.

La presencia ocasional de los borregos cimarrones y berrendos, y la de los propios bisontes, depende de que la frontera siga permitiendo el movimiento de la fauna entre los dos países vecinos. La salud de las poblaciones de otras especies en la región fronteriza depende de que individuos llegados de lejos aporten sangre nueva, enriqueciendo la salud genética de las poblaciones.

La historia reciente nos indica la importancia de mantener la frontera abierta a la fauna; los osos negros recolonizaron el parque nacional Big Bend en Texas de donde habían desaparecido, proceden de la población de Maderas del Carmen, Coahuila; los berrendos sonorenses de Arizona se están recuperando gracias a los berrendos que cruzan desde la reserva de la biosfera del Pinacate y Gran Desierto de Altar en Sonora; los castores se expanden en los afluentes del río San Pedro, Sonora, de la población reintroducida en el mismo río pero del lado de Arizona; un lobo mexicano reintroducido en Casas Grandes, Chihuahua, fue capturado a principios de año en las montañas Chiricahua de Arizona. Los últimos meses se han registrado tres jaguares macho en trampas fotográficas en Arizona. Su presencia en Estados Unidos depende de que puedan seguir cruzando la frontera desde México; los ocelotes de Texas podrán permanecer a largo plazo si se restaura la conectividad del hábitat con México.

Regresando a Janos, continuamos nuestro recorrido por la frontera, hacia el oeste del monumento, llegando a donde al cerco de púas se le anexó una barrera tipo Normandía, llamadas así por las barreras colocadas en la costa europea durante la Segunda Guerra Mundial. Esta barrera es infranqueable para los bisontes, berrendos y borregos cimarrones, por lo que en tramos del valle de Janos ya no existe el acceso de estas especies a México.

En algunas partes (como Tijuana y San Luis Río Colorado), la frontera es un muro sólido de tres metros y medio de altura, que no puede cruzar nada que no vuele. Incluso algunas aves, como el tecolote bajeño y las codornices, son incapaces de cruzar el muro.

El presidente Trump insiste en construir un muro a lo largo de toda la frontera: si logra hacerlo realidad, esta barrera reescribirá la historia biológica de Norteamérica. Una historia que por milenios permitió a los animales desplazarse a lo largo de los pastizales y bosques de México hasta Canadá, y que ahora pretende dividir en su totalidad a un continente.

El futuro del bisonte y de muchas otras especies que compartimos los dos países está en juego en la frontera. Su permanencia depende de que se mantenga la conexión entre los diversos hábitat de esta región.

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