América Latina: un enjambre de mosaicos bioculturales — ecologica
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América Latina: un enjambre de mosaicos bioculturales

Desde octubre de 1975, el Seminario Internacional de Educación Ambiental advertía en la carta de Belgrado: “La problemática ambiental derivada de un proceso tecnológico sin precedentes, aun con sus aciertos, ha generado graves consecuencias sociales y ambientales, mayor desigualdad entre ricos y pobres, lo mismo que entre y dentro de las naciones, así como un creciente deterioro ambiental global causado por un puñado de países, pero que afecta a toda la humanidad”.

Esa reflexión originó hace 45 años, el Día Mundial de la Educación Ambiental a celebrarse cada 26 de enero, mismo que fue adoptado por las 70 naciones que firmaron la misiva. Sin embargo, se considera como documento fundacional de la educación ambiental la Declaración de Estocolmo sobre Medio Ambiente Humano que emitiera la Organización de las Naciones Unidas en Estocolmo (1972).

La UNESCO por su parte ha alertado más recientemente acerca de que “con una población mundial de 7 mil millones de personas y recursos naturales limitados, como individuos y sociedades necesitamos aprender a vivir juntos de manera sostenible. Debemos tomar medidas de manera responsable basándonos en el entendimiento de que lo que hacemos hoy puede tener implicaciones en la vida de las personas y del planeta en el futuro”.

Pero mientras ese discurso sobre la educación ambiental se ha propagado desde Europa, América Latina ha ido construyendo el propio.

En este continente han florecido enfoques interdisciplinarios en centros universitarios y de investigación científica y tecnológica. Y convergen los campos ecológico-biológicos con los de las ciencias sociales, lo que se expresa en el establecimiento, práctica, multiplicación y expansión de las disciplinas híbridas: agroecología, economía ecológica, economía social y solidaria, educación ambiental, historia ambiental, ecología política, ecotecnologías y etnoecología, como afirma Víctor M. Toledo en una colaboración con La Jornada (24 de octubre de 2017).

El también académico de la Universidad Nacional Autónoma de México expone que estas disciplinas representan contracorrientes e irrumpen como expresiones del pensamiento complejo, crítico que constituye una ciencia con compromiso ambiental y social.

Se trata, dice, de formas alternativas de educación e investigación que proliferan por las universidades de la región y que cristalizan en seminarios, congresos, proyectos, posgrados, publicaciones y sociedades científicas; todo lo cual se ha traducido en proyectos y experiencias agroecológicas en Brasil, Cuba, México, Centroamérica y los países andinos, por ejemplo.

Toledo menciona tres grandes cambios en el pensamiento ambiental de la región en las recientes décadas:

“Se ha cuestionado y desechado el concepto de desarrollo, y en consecuencia los de ecodesarrollo y desarrollo sustentable, y se ha abierto a otras propuestas civilizatorias como el buen vivir o la comunalidad, lo cual significa que la imaginación teórica irrumpe más allá de los cánones del pensamiento dominante para visualizar nuevas rutas civilizatorias.

“Se ha desplazado el centro de las posibles soluciones y alternativas de los organismos regionales e internacionales y de los gobiernos nacionales a los movimientos sociales y sus acciones y proyectos en los territorios rurales (fuertemente ambicionados por las grandes corporaciones) y en los espacios urbanos.

“Se ha empatado (e integrado) la crisis ecológica o ambiental de la región con la crisis global que es una crisis de la civilización moderna. Esto último conecta las batallas y resistencias socioambientales de cada país con las luchas globales por la defensa del planeta y de la vida.

Quien fuera hasta el año pasado responsable de la política ambiental de México, afirma que América Latina y el Caribe constituyen hoy la región más esperanzadora del mundo, porque en ella ocurren experimentos socioambientales totalmente inéditos que apuntan hacia la construcción de nuevas utopías realizables.

Por una u otra razón, los mayores conflictos de la región son ya conflictividades sociales y ambientales, y existe un poderoso movimiento social de resistencia que adopta principios, tesis y prácticas de ecología política. “El marco ambiental de la región hace esto posible”, indica.

De acuerdo con Víctor M. Toledo, estamos ante la porción bioculturalmente más rica del orbe, pues contiene las áreas más húmedas del planeta, intrincadas orografías, formidables redes hidrológicas y la mayor extensión de selvas tropicales: el área con la máxima biodiversidad del planeta.

Además de sus extraordinarios recursos geológicos –minerales metálicos y múltiples fuentes de energía–, la dimensión cultural de la región posee enclaves tradicionales representados por 65 millones de personas campesinas, de las cuales entre 40 y 55 millones pertenecen a alguna cultura indígena, hablantes de más de mil lenguas, y una población afrodescendiente que domina extensos territorios.

Toledo ve América Latina como un enjambre de mosaicos bioculturales que rodean, penetran e influencian a los gigantescos enclaves urbanos e industriales que concentran a las mayorías modernas, conjugado esto con cinco siglos de intrincados procesos de hibridación cultural, de juegos de espejos entre las metrópolis europeas y los diversos núcleos de nuevo pensamiento autóctono. Y estas mezclas y combinaciones culturales generan a escala microrregional otros mundos posibles, señala el científico de la agroecología y de otras disciplinas.

Así, entre la gran diversidad de enfoques y prácticas de la educación ambiental existentes, el enfoque crítico es una educación política que contribuye a la formación de ciudadanía, a la construcción de una identidad ambiental, al fomento de dinámicas sociales sustentadas en la acción colectiva para la reconstrucción del mundo.

La educación ambiental favorece entonces que el sujeto transforme su realidad, reconozca el protagonismo de las comunidades en la defensa de los derechos sobre el patrimonio biocultural; se orienta a la promoción del cambio social y a contribuir a elevar la calidad de vida humana, preservando la naturaleza, en especial la de los sectores vulnerables de la población. Por ello, la educación ambiental debe alinearse hacia la comunidad para resolver los problemas propios de realidades específicas.