Resulta evidente que el regreso de esta política trumpiana no es deseable ni para los propios solicitantes de asilo ni para México, que ya se encuentra desbordado por las recientes oleadas migratorias y no cuenta con la capacidad financiera, logística ni administrativa para atender a las necesidades de las personas que buscan ingresar a territorio estadunidense. Sin embargo, está igualmente claro que ni puede librarse a los ciudadanos extranjeros a su suerte, ni habría sido comprensivo para con la administración Biden ponerle trabas en una circunstancia que no depende de ella, sino de la sentencia de un juez conservador y de las presiones de fiscales y gobernadores del mismo signo.
También debe considerarse que este gesto de cooperación tiene lugar en el marco de un entendimiento más amplio para redefinir la política conjunta de manejo y mitigación de los flujos migratorios, en particular los provenientes del llamado Triángulo Norte de Centroamérica. En este sentido, los encuentros bilaterales entre México y Washington han permitido avanzar en la configuración de propuestas para atender a estos flujos no de manera reactiva, sino a partir de sus causas, y la reunión AMLO-Biden del 18 de noviembre pasado incluyó el acuerdo de coinvertir para la implementación del programa Jóvenes Construyendo el Futuro en Honduras.
Con todo, la prórroga a Quédate en México ha de ser necesariamente transitoria y temporal, en tanto la Casa Blanca logra revertir en tribunales la resolución que la obliga a reactivar dicho programa, o bien, mientras se diseña una política integral que le quite su razón de ser a ésa y otras medidas que apuestan por frenar a las personas en movilidad sin voltear hacia los fenómenos que los empujan a salir de sus regiones de origen.