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TESTIMONIO: El amargo retorno de un panadero

J. Jaime Hernández

A Noe Cruz Ramírez el cansancio le consume el rostro. La vergüenza asoma en su mirada esquiva.

Derrotado, este inmigrante deportado deambula por los pasillos del aeropuerto internacional de México. Su pesar, tiene explicación; con esta ya son tres veces que lo extraditan desde Estados Unidos.

“No quiero hablar por favor…”, musita con voz baja al principio.

“No me saques fotos por favor”, insisten con más firmeza.

Entre vacilaciones, Noe acepta finalmente conversar.

¿De qué parte eres?

De Toluca…

¿Y desde donde te deportaron?

“Desde El Paso, Texas. Ahí estuve preso desde el mes de noviembre pasado. Me detuvieron cuando intentaba cruzar por tercera ocasión la frontera para regresar con mi familia que esta en Oklahoma”.

De repente, Noe guarda silencio. Su mirada se pierde en la nada mientras evoca con amargura los casi 6 meses que estuvo en prisión. Y el calvario de comparecer varias veces ante el juez que, al final, ordenó su deportación:

“Siempre me sacaban esposado de pies y manos. Mi familia no me podía ver. Lo único bueno fue el abogado que tuve que siempre se interesó por mi. Pero, por lo demás, me trataron muy mal mientras estuve preso.

“Pero a eso uno se acostumbra. A que te maltraten. Te haces a la idea. Así es menos duro. Lo terrible es cuando te sacan para ir a los juzgados. Ahí te tratan como si fueras el peor de los criminales…”

¿Y cuáles fueron tus crímenes?

“Tres faltas consecutivas por infracciones de tránsito. Dos de ellas por ir tomado. Se me acumularon tres faltas y eso ya se convierte en un delito grave. A eso, hay que sumar mis dos reingreso anteriores a Estados Unidos”.

La primera vez que ingresó ilegalmente por la frontera fue en 2007. Desde ahí, viajó hasta la ciudad de Oklahoma a donde tiene familiares y amigos. Fue una buena época. El trabajo nunca le faltó.

“Yo soy panadero. Y no me iba mal. Me pagaban 14.60 dólares la hora. Cuando peor me iba ganaba 100 dólares al día.  Y nunca me quedaba sin trabajo porque soy muy bueno. Mi familia es de panaderos. Pero la verdad, aquí en México, uno gana 250 pesos al día. Una miseria. Por eso me fui. Para tener mejores oportunidades. Una mejor vida…”

¿Si hubieras tenido mejores oportunidades de trabajo en México?

“Pues nunca me habría ido. Nunca”, responde de inmediato.

Hoy, Noe intenta recomponer su vida. Su mujer y sus dos hijos, de 6 años y 5 meses, se quedaron atrás.

“Aún no sabemos que hacer. Por el momento, mi mujer se ha puesto a trabajar en una lavandería. Porque el que trabajaba era yo. Pero no sé si podrá con la carga. Pero creo que mis hijos tendrán mejores oportunidades allá, porque las cosas aquí en México están muy feas.

“Mucha violencia. Trabajos mal pagados. Un gobierno que prefiero no hablar …”, se contiene.

Entre sus planes inmediatos, Noe se propone tocar a las puertas de uno de sus hermanos en la Ciudad de México.

“Le pediré trabajo porque, como yo, el también es panadero… Y después, pues la verdad no sé. Tengo que pensarlo muy bien antes de tomar una decisión”, añade sin descartar la posibilidad de un nuevo intento de retorno a EU.

““Si tuviera que repartir culpas por mi deportación, diría que un 50% fueron a causa de mis errores. Y el otro 50% por el clima de terror y persecución de Donald Trump…”

En medio de este río revuelto de deportados, el más reciente informe de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) —entre el 22 de enero y el 29 de abril pasados—, consigna que el número de inmigrantes indocumentados ascendió a 41,318 , un aumento del 37,6% respecto a los 30,028 del mismo período en 2016.

La cifra de arrestos en los primeros 100 días de la administración Trump incluye a 10,845 inmigrantes “no criminales”, lo que supone un incremento del 156% en comparación con 4,242 del mismo período en 2016, el último año de la presidencia de Barack Obama.