La actividad humana acelera los procesos de aniquilación biológica — ecologica
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La actividad humana acelera los procesos de aniquilación biológica

Gerardo Ceballos

“En el horizonte, los últimos rayos del sol luchaban contra la noche. Su silueta se dibujó en silencio por última vez en esos cielos. La soledad en esos meses había sido completa. La vasta sierra de San Pedro Mártir, con sus profundos cañones y escarpadas montañas estaba, lateralmente, vacía.

Poco a poco se había ido quedando solo en ese inmenso universo. Muchos días y muchas noches habían pasado desde que la hembra con la que compartía su mundo desapareció una mañana de invierno.

Desde entonces había regresado al mismo risco todas las tardes, en una inútil y larga espera, cumpliendo con un instinto milenario. Ese día se había dejado llevar por las corrientes de aire hasta el mar, ese mar de azules intensos.

De regreso se alimentó de los restos de una vaca en un pequeño valle en plena sierra, rodeado de los bosques que habían sido mudos testigos de las correrías de la especie desde la prehistoria. Después voló a un enorme árbol seco, donde pasó un largo rato.

Se limpió minucioso las plumas del pecho y de sus enormes alas de 2.5 metros de envergadura, que extendió al sol. Al atardecer se preparó para emprender el vuelo. Entonces, un poderoso estruendo cimbró su mundo y modifico la historia.

El impacto fue terrible y el dolor agudísimo. Pedazos de piel, plumas y sangre se esparcieron en su alrededor. Casi en penumbras, batiendo sus alas con enorme dificultad llegó al enorme risco que era su refugio, en cuyas elevadas paredes se postró para evitar caer al vacío.

Esa noche oscura, muy oscura, sucumbió, lentamente, debido a sus heridas. Él no lo sabía, pero era el último cóndor de California en México”.

Así describí hace años como me imaginé fue el final de esa especie que desapareció en nuestro país en 1932. Su historia fue similar en Estados Unidos, el último bastión de su existencia.

En 1982 los 22 ejemplares que sobrevivían en estado silvestre fueron capturados en Estados Unidos para empezar un programa de reproducción en cautiverio para tratar de salvar de la extinción a la especie. El cóndor de California es una de cientos de miles de especies y decenas de millones de poblaciones que están en peligro de extinción, al igual que el tigre, el rinoceronte negro y el de Sumatra, el antílope saiga, el elefante pigmeo de Borneo, el tapir, el gorila de montaña y el águila arpía, por mencionar algunas.

La lista es increíblemente larga, ya que se estima que el 40 por ciento de todos los vertebrados están en peligro de desaparecer por las actividades del hombre. México no es una excepción en el problema de la pérdida de especies.

Existen innumerables especies en peligro de extinción como el lobo mexicano, el manatí, el tapir, el jaguar, la guacamaya roja, el jabirú, el águila arpía, le tortuga lora, el lagarto enchaquirado, el ajolote de Pátzcuaro y el pescado blanco.

Las especies en peligro han corrido con mejor suerte que las que ya se extinguieron.

Desde 1600 se hace una lista que debe ser incompleta por lo difícil de compilar este tipo de datos, de casi mil especies de vertebrados –mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces– que se extinguieron por las actividades del hombre.

Animales de nombres extraños como la vaca marina de Steller, un sirénido de la familia de los manatíes de ocho metros de largo y tres toneladas, el lobo de Tasmania y el dodó, sucumbieron a los impactos negativos de las actividades del hombre.

En México han desaparecido más de 50 especies de animales, como el oso gris mexicano, la foca monje del Caribe y el pájaro carpintero pico de marfil.

La aniquilación biológica

En realidad, el problema de la extinción de especies y poblaciones de plantas y animales silvestres ha alcanzado proporciones epidémicas. Es tal la magnitud, que la hemos denominado la aniquilación biológica, ya que pasó de ser un problema selectivo que amenazaba a las especies de grandes mamíferos y aves, a ser un problema que afecta a toda clase de especies tanto plantas como animales.

Las extinciones han sido causadas por los severos impactos ambientales negativos, al grado que han pasado de escalas locales y regionales a una escala global, y se remontan en general a una sola causa: el gran tamaño de la empresa humana. La población humana creció más en el último siglo que lo que creció en los cientos de miles de años desde nuestro origen.

El crecimiento poblacional en las últimas décadas ha sido explosivo. Por ejemplo, en 1930 había 2 mil millones de personas, que pasó a 3 mil 500 a finales de la década de 1960. A finales del siglo era de alrededor de 6 mil millones. ¡Y solo 20 años después es de 7 mil 800 millones!

Por increíble que parezca, la población humana crece en 300 mil personas al día, entre 90 y 100 millones al año. Se estima que crecerá en mil millones en la siguiente década. La población de México no es una excepción. De hecho, fue uno de los países con mayor crecimiento poblacional en el siglo XX.

En 1940, el país tenía casi 20 millones de habitantes, que aumentaron a 81 millones en 1980, 100 millones en el año 2000, para llegar a ser ¡más de 130 millones en la actualidad!

A pesar de la enorme complejidad para evaluar los impactos negativos de nuestras actividades, es posible evaluar el impacto ( I ) como el producto de tres factores: población (P), consumo o afluencia (A) y el daño de la tecnología (T). Por lo tanto, el impacto es equivalente a la ecuación: I= P*A*T.

La relación entre las variables no es lineal, lo que significa, por ejemplo, que el impacto de cada nueva persona es mayor entre mayor es la población. Las actividades humanas han resultado en los problemas ambientales globales que han ocasionado la extinción de especies, como el cambio climático, la destrucción y fragmentación de las áreas naturales, la contaminación y las especies, que han sido el acontecimiento más significativo en los últimos 65 millones de años en la Tierra.

Las extinciones masivas

Un extraordinario evento planetario ocurrió el 22 de marzo de 1989 cuando un asteroide, tres veces más grande que una cancha de futbol, casi colisionó con la Tierra. El asteroide pasó por el lugar exacto donde el planeta se encontraba pocas horas antes. Si hubiera colisionado con la Tierra, el impacto se habría sentido como una explosión simultánea de 2 mil 500 bombas de hidrógeno de un megatón.

Ésta fue la diferencia de entre una corta noticia de la tarde o lo que pudo haber sido la muerte de millones de personas, sin mencionar los daños a la infraestructura humana y a la diversidad biológica. En otras palabras, este evento habría significado el episodio más reciente de una extinción masiva natural; gran parte de la superficie del planeta habría sido, por mucho tiempo, un lugar inhabitable

En otras épocas la vida corrió con menos suerte. En los últimos 600 millones de años ocurrieron cinco extinciones masivas, definidas como eventos catastróficos naturales que eliminaron más del 70 por ciento de las especies de plantas y animales en un tiempo geológico muy reducido, de decenas o cientos de miles de años.

La última extinción masiva, la del Terciario y Cretácico, ocurrió hace 66 millones de años y eliminó a un sinnúmero de especies, incluyendo a los dinosaurios. Esas extinciones cambiaron el destino de la vida en la Tierra, y la diversidad biológica tardó millones de años en recuperarse.

La sexta extinción masiva

La magnitud de la destrucción de la naturaleza es difícil de comprender. Hemos acabado con más del 65 por ciento de los ambientes naturales, especialmente en las últimas décadas. Selvas tropicales, bosques templados, manglares y arrecifes de coral, por mencionar algunos, han desaparecido bajo un implacable asedio para dar paso a actividades agrícolas, ganaderas y urbanas.

Esto se ha potencializado por problemas como el cambio climático, que ha potencializado el efecto devastador del desarrollo no sustentable. Los gigantescos incendios forestales en lugares como Alaska, Siberia, Australia, California, el Amazonas y el Pantanal son una muestra del impacto del cambio climático, cuyas consecuencias serán más severas si no logramos mitigarlo.

Los impactos son visibles ahora desde el espacio. Hace algunas décadas el famoso naturalista Aldo Leopold describió “vivimos en un mundo de heridas”.

En el 2015, con mis colegas Paul Ehrlich y Andrés García, entre otros, evaluamos las tasas de extinción actuales de los vertebrados para determinar si su magnitud era mayor a las de las extinciones “normales” o “de fondo” ocurridas en los últimos millones de años. Las extinciones de fondo ocurren en tiempos en los cuales no existe una catástrofe natural que eleve a altos niveles de manera acelerada a las tasas de extinción.

Esta evaluación era fundamental para entender si la Tierra había entrado en la sexta extinción masiva, pero esta vez no causada por una catástrofe natural sino por las actividades del hombre.

Los resultados fueron asombrosos y muy preocupantes, usando los datos más conservadores que seguramente subestiman el problema. Aun así, encontramos que las especies que se extinguieron el último siglo deberían haberse extinguido en 10 mil años, si hubieran prevalecido las tasas de extinción de los últimos millones de años.

Puesto de otra manera: cada año se extinguió el mismo número de especies que lo que se esperaría en 100. Nuestro trabajo fue la primera indicación clara de que hemos entrado a la sexta extinción masiva. Después, una avalancha de estudios en todo tipo de animales y plantas ha confirmado lo que temíamos: hemos entrado en una extinción masiva que si no logramos parar y revertir tendrá severas consecuencias en el futuro de todos los seres vivos y la humanidad.

¿Por qué debe importarnos la extinción de especies?

Existen muchas razones para evitar la extinción de especies, desde filosóficas, morales, éticas, culturales, históricas y económicas, por mencionar algunas. Sin embargo, la razón más fundamental es que las especies de fauna y flora silvestres son esenciales para mantener los bienes y servicios ambientales, que son los beneficios que obtenemos del buen funcionamiento de la naturaleza.

Sin esos servicios ambientales, que incluyen la combinación adecuada de los gases de la atmósfera para que haya vida en la Tierra, la calidad y cantidad de agua potable, la productividad primaria que convierte la energía del Sol en energía disponible para todos los seres vivos, y la protección contra enfermedades como la Covid-19, no habría vida en la Tierra.

Otros ejemplos son que el 75 por ciento de todas las plantas usadas para consumo humano es polinizado por animales, y el 70 por ciento de todos los compuestos activos de las medicinas que usamos actualmente se sintetizó a partir de compuestos encontrados en plantas y animales silvestres.

Por lo tanto, la conservación de la naturaleza, que incluye proteger los ambientes naturales y las especies silvestres, es una acción necesaria para salvaguardar el futuro de la humanidad. Y sin embargo, el desarrollo de nuestras sociedades modernas lleva el camino equivocado, que deben modificarse, para ser ambientalmente sostenible y socialmente justo.

La conservación de la naturaleza

En medio de la convulsionada situación ambiental en la que hemos estado en las últimas décadas, el trabajo de conservación de instituciones e individuos, de la sociedad civil, la iniciativa privada, las comunidades indígenas y rurales, y los gobiernos ha logrado que la situación no sea aun más grave.

La conservación de la naturaleza, que básicamente incluye el mantener los ecosistemas naturales y las especies de fauna y flora silvestre, es una noble y complicada actividad que se enfrenta cotidianamente a enormes obstáculos. Millones de individuos e instituciones son los portavoces de la naturaleza, esgrimiendo múltiples acciones para reducir, parar o revertir los daños ambientales de nuestras actividades.

Destaca como estrategia el establecimiento de reservas naturales. Y en este sentido, Naturalia ha desempeñado un papel fundamental en la conservación de la diversidad biológica de México. A diferencia de otras instituciones, Naturalia ha mantenido siempre un perfil bajo, con poco personal, para destinar la mayoría de sus fondos a la conservación.

Esto les ha permitido ser pioneros en importantes acciones como el establecimiento de la primera reserva privada destinada a la protección del jaguar; su importante impulso en el rescate del lobo mexicano y su participación en la primera liberación de lobos que inició el programa de reintroducción de la especie; el desarrollo de un programa para establecer una red de reservas privadas en regiones prioritarias a lo largo del país, con posibilidad de conectarse a través de los corredores biológicos del jaguar para conservar a este felino; y la recuperación de bosques a través de jornadas de reforestación en varios estados desde hace más de 15 años, por mencionar algunos de sus más importantes programas.

La moneda está en el aire. Nunca antes la humanidad había enfrentado un reto de esta envergadura que amenaza su existencia, con excepción de un holocausto nuclear.

No tenemos mucho tiempo y lo que hagamos en los siguientes 15 años en materia de conservación determinará el futuro de la vida en la Tierra.

Los casos de éxito como los logrados por Naturalia indican que es posible lograr y revertir ese deterioro. Y darle esperanza a la vida, a la Madre Tierra y a la humanidad.

Gerardo Ceballos
Presidente de la Alianza Nacional para la Conservación del Jaguar
Instituto de Ecología
Universidad Nacional Autónoma de México