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Para evitar futuras pandemias, conservemos la biodiversidad

Rodrigo A. Medellín

El mundo ha cambiado muy inesperada y radicalmente, y los cambios causados por el coronavirus SARS-CoV2 han alcanzado las vidas de prácticamente todos los humanos. Este virus inesperado, mal interpretado, y tantas veces maldecido, nos da la oportunidad de repensar nuestra forma de vivir y de relacionarnos con el mundo. Durante muchas décadas ya, Naturalia y muchas otras instituciones, han dedicado sus esfuerzos a documentar, difundir, proteger y promover los servicios ecosistémicos.

Esta pandemia es la primera llamada de atención del mundo con respecto al deterioro de esos servicios. Y también es una oportunidad de abrir el juego y alcanzar a aquellos que no contemplan los servicios ecosistémicos como un bien absolutamente crucial para la vida, incluida la humana. Hoy es tiempo de trabajar todos juntos, desde los niños de kínder a los senadores, y desde el presidente –que ignora la relevancia de la biodiversidad para el futuro de México– hasta el más humilde vendedor de verduras en la calle.

La obsesión por encontrar al culpable

Los humanos estamos invirtiendo mucho de nuestro tiempo en encontrar a un responsable a quien podamos echarle la culpa de la pandemia, y entonces destruir a ese culpable.

Así, se ha querido culpar a murciélagos, a civetas, a pangolines, a chinos comiendo “sopa de murciélago”, a los mercados húmedos y demás. La realidad está muy clara pero no queremos abrir los ojos a ella: los murciélagos no tienen la culpa, ni ninguna otra especie silvestre.

Los murciélagos proporcionan servicios ecosistémicos esenciales para la biodiversidad y nuestra calidad de vida. Su papel como controladores de plagas, dispersores de semillas y polinizadores toca cada día de nuestras vidas.

Si hoy desayunaste un tamalito con café, tienes puesta una prenda de algodón, te comiste un chicozapote o unos capulines o vas a tomarte un mezcalito, ya tienes la conexión con los murciélagos. Pero a este fascinante grupo de animales lo han acusado de ser la fuente de la pandemia.

Eso es falso: los coronavirus viven en muchas especies de aves y mamíferos. Y aunque los murciélagos tienen un pariente cercano del virus que causa la Covid-19, la realidad es que esos dos virus (y muchos otros) solo comparten un ancestro común del que derivaron hace muchos años. Se parecen, pero no vienen uno del otro.

Encontrar al culpable es muy sencillo: simplemente hay que pararse frente a un espejo. Es verdad: los humanos tenemos la culpa. Nuestra ambición de continuar ampliando las fronteras agrícola, ganadera e industrial, nuestro afán de comer carne todos los días o tanto como se pueda, nuestro desdén por la biodiversidad, nuestras constantes invasiones a los últimos resquicios de ecosistemas intactos es lo que ha causado la pandemia.

Y vienen otras. Y viene el cambio climático. Es hora de encarar los hechos: nosotros somos los culpables.

Tres lecciones para el futuro

Cargar con la culpa es una gran oportunidad para aprender y rectificar el rumbo: es así como los humanos aprendemos la lección. La pandemia actual nos está enseñando muchas lecciones, desde cuánto apreciamos un simple abrazo, un apretón de manos, un beso en la mejilla, hasta el simple placer de tomarse una cerveza o un mezcal con los cuates.

Éramos felices y no lo sabíamos. Pero hay otras lecciones que nos acompañarán toda la vida y que urge incorporar a nuestra forma de vivir. La ciencia nos ha demostrado que hay tres factores principales que tienen que ver con la aparición de esta y otras pandemias.

Efecto de dilución. Los ecosistemas conservados prestan servicios cruciales a la humanidad, desde el agua pura, los suelos fértiles, la polinización, la purificación del aire, hasta el control de las plagas de la agricultura y la dispersión de semillas. Pero hay otro servicio que es poco difundido y hoy más que nunca es importantísimo: el efecto de dilución.

En ecosistemas conservados, coexiste un gran número de especies de plantas y animales, junto con sus patógenos, pero todos viven en densidades bajas, es decir, están diluidos.
Pero cuando el ser humano deforesta, caza para comer o para evitar depredación, extrae madera, convierte ecosistemas a la agricultura, la ganadería o la minería, muchas de las especies originales desaparecen y entonces las especies oportunistas y generalistas ven una oportunidad de convertirse en superabundantes, y con ellas, sus patógenos.
Por ejemplo, en el noreste de los Estados Unidos, la enfermedad de Lyme, causada por una bacteria del género Borrelia que es transmitida por garrapatas que pican a un hospedero infectado y luego a otro hospedero (incluidos los seres humanos), es mucho menos prevalente en los ecosistemas prístinos en los que coexisten muchas especies.

Esto sucede porque algunos ratones que son buenos hospederos de la Borrelia incrementan sus poblaciones en ecosistemas perturbados, pues sus depredadores y sus competidores desaparecen.

Cuando las poblaciones de estos ratones crecen, la Borrelia tiene muchas más probabilidades de infectar a muchos ratones, y casi todas las garrapatas que los pican se infectan. Basta una caminata corta en un campo así para que un ser humano se infecte. Por ello, la primera línea de acción contra la próxima pandemia es conservar los ecosistemas intactos y su biodiversidad.

En ecosistemas intactos, la enfermedad de Lyme pero también el hantavirus, la tripanosomiasis, la leishmaniasis y más del 80 por ciento de otras enfermedades que nos transmiten los animales son mucho más raras que en ecosistemas perturbados, transformados o degradados.

Los mercados húmedos insalubres y no sustentables. Los seres humanos empezamos nuestra historia consumiendo animales silvestres que cazábamos. Incluso llevamos a muchas especies a su extinción y lo seguimos haciendo.

Hoy, por lo menos mil millones de seres humanos dependen de la llamada carne de monte para subsistir. Pero hay muchos otros seres humanos que la consumen por capricho, por gusto o por el afán de comer una especie inusual.

Esto ha llevado a un descontrol total en los mercados que venden animales silvestres. Naturalia ha logrado grandes éxitos señalando operaciones ilegales en el Mercado de Sonora, de la Ciudad de México, en Charco Cercado, San Luis Potosí, y en muchas otras ocasiones.

Naturalia lucha por la aplicación de la ley para beneficio de las especies en riesgo y para lograr un aprovechamiento sustentable. Sería imposible y falto de empatía el buscar la desaparición del consumo de animales silvestres.

Lo que debemos hacer, y aquí hago un llamado a todos los profesionales de la vida silvestre, es hacer que ese consumo sea sustentable y no amenace a las especies aprovechadas, y asegurar que su comercio se realice de manera higiénica, respetando todos los derechos de los animales comerciados y dándoles una muerte digna.

En su lugar, una de las teorías respecto al origen de la pandemia actual está en uno de esos mercados húmedos en China, donde usualmente se apilan jaulas pequeñísimas que contienen animales de muchas especies que comen y defecan unos sobre otros: la tormenta perfecta para que los patógenos infecten a otras especies.

Nuestro consumo de carne de animales domésticos. ¿Cuántos de nosotros nos preguntamos de dónde viene y cómo fue producida la carne de res, cerdo, pollo, etcétera que compramos en el supermercado? ¡Poquísimos! Los brotes de influenza aviar de 1997, 2007, 2012 y 2017 surgieron precisamente de granjas donde los pollos están apiñados peor que pasajeros en la estación del metro de Pino Suárez en la Ciudad de México en tiempos de no pandemia.

Todos hemos visto tráileres retacados de cerdos que van al matadero. La producción de leche y carne de res tampoco está exenta de estos serios problemas, y es de ahí de donde probablemente vendrá la próxima pandemia si no hacemos nada.

Un llamado a la acción

Después de leer este texto, querido lector, no podrás seguir viviendo tu vida como hasta ahora sin hacer algún cambio. Todos podemos hacer algo para prevenir la próxima pandemia. Pero eso requiere de nuestra fuerza de voluntad y de nuestras ganas de cambiar el mundo. No dudes de tu poder, lector: el poder de una persona significa, sobre todo, el poder de creer en tu capacidad de cambiar las cosas, de lograr mejorar la situación.

Empecemos por luchar para empoderar a las autoridades de medio ambiente del país. Hoy por hoy, la Semarnat es la secretaría de Estado más debilitada, escasa de recursos e ignorada del gobierno federal.

Pero nosotros podemos cambiar esto, exigiendo dar más poder a las autoridades ambientales y haciendo nuestra parte protegiendo el medio ambiente, sembrando árboles, exigiendo el respeto a las áreas naturales protegidas, reduciendo, reutilizando y reciclando nuestros desechos, limitando nuestro consumo de agua, y muchas acciones más. Todos debemos comprometernos.

También es importante incorporarnos a la batalla para que los mercados de animales silvestres sean higiénicos, sustentables y respeten los derechos de los animales. Denunciemos, desincentivemos el comercio ilegal, difundamos el trabajo de Naturalia, propaguemos el mensaje.

Finalmente, urge que todos nos informemos del origen y las formas de producción de nuestros alimentos, no solamente del pollo, cerdo y res sino de todo lo demás.

Todo nuestro consumo tiene implicaciones para la biodiversidad y mientras menor sea nuestro impacto, mayores serán las probabilidades de impedir una próxima pandemia. Y aquí quiero ser claro: si no somos parte de la solución, somos parte del problema.

No se trata de que todos nos dediquemos a comer yerbitas ni de no bañarnos ni de que produzcamos todo el alimento que consumimos; se trata de reducir (o eliminar, si así lo consideramos conveniente) nuestro consumo de carne, presionar a productores para que la carne sea producida higiénicamente y a los animales se les dé una muerte digna.

En la salud de esos animales va nuestra propia salud. Y no podemos dedicarnos a documentar la desgracia y poner en redes sociales los destrozos ambientales y el maltrato a los animales. Se trata de involucrarnos, de tomar acción, de denunciar, de encarar a los culpables y de contribuir a resolver el problema.

Hoy tenemos la gran oportunidad de cambiar el rumbo y llevar a México, y al mundo, a buen puerto. Cada uno de nosotros tiene un remo. Usémoslo y empecemos ya a labrar un futuro sustentable, feliz y sano para humanos y animales. Para todos los seres vivos del planeta.

Rodrigo A. Medellín
Instituto de Ecología
Universidad Nacional Autónoma de México